El tsunami provocado por el NO.
El reñido triunfo del NO en el plebiscito del pasado domingo para la refrendación popular de los acuerdos entre el gobierno y las Farc, constituye el mayor revolcón en la historia política reciente del país. Un verdadero tsunami político, cuyos significados e implicaciones tardaremos en comprender y asimilar, pero cuyas consecuencias tenemos que enfrentar de inmediato.
Más allá de las confrontaciones políticas entre el gobierno del presidente Santos y la oposición encabezada por el expresidente Uribe, el plebiscito evidenció las fuertes tensiones entre diferentes vivencias y sentimientos producidos por la larga guerra que hemos padecido. Entre las distintas escalas de valores y normas que deben fundamentar la vida en sociedad. Entre los diversos imaginarios sobre la paz posible y el modelo de sociedad que se quiere. Y, claro, entre cuáles son los puntos negociables y los no negociables en los posibles acuerdos con las organizaciones armadas. Es decir, el plebiscito nos obligó a mirarnos como país en nuestro propio espejo y a reconocer lo diversos que somos y los múltiples intereses, ideas y poderes que hacen parte de nuestra realidad nacional. Son entonces comprensibles tanto la enorme sorpresa por el triunfo del NO, como la perplejidad que ha producido internamente y en el escenario internacional.
El plebiscito no era legalmente necesario para la validez de los acuerdos entre el gobierno y las Farc. Pero el presidente lo eligió entre las diferentes modalidades de participación popular directa consideradas en la Constitución, y lo convocó para darles la mayor legitimidad posible. Era una opción válida, bien intencionada, pero muy arriesgada. Además, se programó sin el tiempo y la pedagogía proporcionales a su importancia estratégica y se ubicó inadecuadamente en la agenda. El acto de lanzamiento público de los acuerdos, por ejemplo, debió haber sido después y no antes de su refrendación popular.
Y viene entonces el interrogante sobre un tema de fondo: el carácter y los alcances de la participación popular directa en los asuntos de Estado y, para el caso, en la aprobación de los acuerdos con una organización armada. Dicha participación ¿es de forma o debe ser de fondo? ¿Es el postre o debe ser el plato fuerte de la negociación? El resultado plebiscitario de desaprobación es contundente al respecto: sin populismos, es el pueblo el que realmente decide. Para mí, que voté y volvería a votar SÍ y que acato el resultado adverso, esta es la lección principal y más valiosa. Ojalá no volvamos a olvidarla nunca.
Como la vida sigue y las luchas también, lo realmente importante ahora no es llorar sobre la leche derramada sino convertir en tareas las lecciones de este inesperado tsunami político. La inmediata es tratar de avanzar sobre lo ya logrado en los acuerdos con las Farc, aprovechando la voluntad de paz reafirmada por todos los actores. No se parte de cero ni se puede desperdiciar el trabajo juicioso de los negociadores. El avance debe implicar la inclusión real de nuevos actores, representativos de las varias vertientes del NO, del SÍ y de los casi 22 millones que se abstuvieron; la discusión serena de los argumentos de fondo de los distintos sectores, y la búsqueda conjunta de mecanismos de concertación y legitimación.
Sabiendo que no existe un acuerdo ideal, que cualquier acuerdo tiene costos y obliga a todos a ceder, el resultado del plebiscito – unánimemente a favor de la paz – da un mandato inequívoco e inaplazable de llegar pronto a acuerdos satisfactorios para todas las partes. Y no sólo con las Farc.
Ya es también claro para todos que el fin de la guerra es esencial, pero insuficiente para la construcción de la paz. Una vez logrados los acuerdos para el fin del conflicto armado, seguirá la tarea de construir una sociedad que haga posible la convivencia mediante la equidad, la tolerancia, la garantía de los derechos y la tramitación no violenta de las diferencias inevitables. Esa es la gran tarea pendiente, cuyas magnitud, complejidad y urgencia nos las acaba de evidenciar este tsunami, que debemos convertir en oportunidad histórica.
Saúl Franco.
Médico social.
Bogotá, 5 de octubre de 2016.