La muerte de la clínica y el malestar del médico
Asa Cristina Laurell
La Jornada
El paradigma dominante de atención médica basado en su mercantilización ha modificado profundamente el trabajo médico. La introducción del aseguramiento, público o privado, como mecanismo de financiamiento y de la competencia entre administradores de fondos y prestadores públicos y privados, ha alterado a fondo la lógica del trabajo médico y el lugar de la práctica clínica en la atención. El poder médico con sus implicaciones problemáticas ha sido subordinado a los intereses del complejo médico-industrial-asegurador, compuesto por empresas médicas, la industria farmacéutica y biotecnológica, de tecnología médica y aseguradoras.
Esto significa que ahora es a los médicos a los que se busca controlar, disciplinar y normar. Si antes el acto clínico se conducía por el médico hoy éste ha sido convertido en fuerza de trabajo para generar ganancias del complejo médico-industrial-asegurador o para bajar costos en las instituciones públicas. Algunos investigadores han llamado a este proceso la taylorización del trabajo médico clínico, que consiste en estandarizar la actuación de los médicos clínicos ante el paciente. Las manifestaciones de ello son muchas y variadas.
Entre otras están la regulación del tiempo permitido para cada acto médico; el establecimiento de protocolos de atención uniformados e inflexibles; la sustitución de la anamnesis por un formulario de preguntas cerradas para llenar el expediente clínico electrónico; el remplazo de la exploración física por baterías de exámenes de laboratorio y de gabinete, etcétera. Esto significa que hoy hay poco espacio para escuchar la percepción y el sentir del paciente. Antes la experiencia, percepciones, sentires y situación de la persona en búsqueda de alivio de su malestar fue conducido por el médico-clínico hacia una visión compleja del malestar, ciertamente excluyendo otras dimensiones del desasosiego del paciente.
Actualmente, la actuación del médico frente al paciente está ubicada en el terreno de las pugnas por la ganancia y de la búsqueda por bajar costos. En esta nueva constelación el paciente está en el último y el médico en el penúltimo peldaño de la jerarquía, ambos con pocos recursos de poder frente a los grandes jugadores del complejo médico-industrial-asegurador.
El nuevo lugar del médico se expresa de muchas maneras. La presión por acortar el tiempo de contacto con el paciente y la estandarización de su práctica conspiran para quitarle la posibilidad de aplicar su conocimiento y convierte su práctica en una rutina mecánica y poco estimulante. Para resolver este problema los gerentes de la atención proponen fijar incentivos monetarios en función del desempeño cuantitativo dejando de lado la calidad del mismo.
El médico, víctima de la idea de que lo que interesa es ganar más, lo acepta. Sin embargo, es a la vez una forma de precarizar el trabajo médico llevada a su máxima expresión en el sector privado, donde se paga sólo por servicios prestados o a destajo. En el sector público la precarización también asume otra forma complementaria, que son los contratos temporales con salarios más bajos y sin las prestaciones de ley usados especialmente en el contexto del Seguro Popular.
En el sector público la competencia entre los prestadores tiene el mismo resultado aunque los estímulos puedan ser para la unidad de prestación de servicios. El pago a este prestador en función de un tabulador. basado en Grupos de Diagnóstico Relacionados, ha llevado a la selección de pacientes “rentables” en perjuicio de los “no-rentables” e incluso de su franca exclusión.
La ideología de la “buena medicina” como el uso de medicamentos de última generación y la alta tecnología, promovida por la industria, a veces en connivencia con los médicos, favorece la generación de ganancias y encarece la atención innecesariamente. Genera, además, iatrogenias que evitaría un buen manejo clínico.
Estos elementos redundan en una deficiente atención en las instituciones públicas, situación que impulsa la migración a la atención privada y a la contratación de seguros médicos privados. La mayoría de ellos corresponde a seguros colectivos concedidos a los altos funcionarios de los sectores público y privado o a los grandes sindicatos, constituyendo un círculo vicioso donde se transfieren recursos públicos a las aseguradoras y al sector prestador privado sea como gasto directo o vía la exención en el pago de impuestos.
Nos debe quedar claro que la práctica clínica y los médicos son víctimas de esta nueva lógica del sector salud.
En memoria de Joel Herrera Ronquillo, incansable luchador social y político
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