De guerras, salud y medicina.
Han sido devastadores los efectos negativos de las guerras sobre la vida y la salud de las personas y los pueblos a lo largo de la historia. Pero, paradójicamente, la medicina les debe algunos avances importantes a las guerras. La que está terminando en Colombia vuelve a evidenciar la doble cara de esta antigua relación y a replantear problemas éticos que debemos debatir al empezar la etapa de construcción de paz.
El millonario acumulado de muertos, desaparecidos, heridos, torturados, enfermos y discapacitados/as producido por todas las guerras, da cuenta de su crueldad. Como también la violación de los derechos del personal de salud, la destrucción de infraestructura sanitaria y los daños irreparables a la naturaleza. Todo ello constituye un gigantesco saldo rojo, impagable con cualquier avance. No obstante, hoy me quiero referir primero a algunos de tales avances.
La enseñanza clínica, esencial en medicina, nació en hospitales militares en el siglo XVIII. El transporte en ambulancias, que ha salvado tantas vidas, tuvo su origen en las guerras napoleónicas de comienzos del XIX. La alta mortalidad producida por el tifo y la malaria en las guerras mundiales del siglo pasado, llevó a los aliados a utilizar masivamente el DDT en 1944. Desde entonces su uso se generalizó y las estrategias y el lenguaje militares invadieron parte del campo sanitario: campaña, capturas, ataque, brigadas. La atención de urgencias, algunas técnicas quirúrgicas, la asepsia, la traumatología y la ortopedia, entre otros campos médico-quirúrgicos, han logrado algunos de sus mayores avances en los campos de batalla.
En Colombia, tanto las fuerzas armadas gubernamentales como las insurgentes, han padecido los rigores de la guerra y las dificultades para la atención de sus víctimas, en especial en las zonas selváticas, de difícil acceso y con limitaciones de recursos. Eso mismo las ha obligado a todas a desarrollar su creatividad e ingenio para organizar sus propios servicios de salud, habilitar hospitales móviles, atender sus frecuentes y graves urgencias, optimizar los recursos y capacitarse en las distintas profesiones. Ya se han empezado a documentar sus experiencias, avances y propuestas. Este periódico, por ejemplo, publicó recientemente una serie de artículos al respecto, bajo el título general: “Salvavidas de guerra y paz”. Para el tema de esta columna, considero pertinente llamar la atención sobre una denuncia y una reflexión contenidas en dicha serie.
La denuncia, hecha por un guerrillero conocedor del tema, se refiere a la utilización de la atención en salud de los combatientes guerrilleros como estrategia antisubversiva por parte de la inteligencia militar del ejército colombiano, durante el denominado Plan Patriota. Dijo el guerrillero: “Infiltraron gente en hospitales y esos “médicos” aprovechaban esas situaciones para poner microships en sus cuerpos cuando los operaban. Nos dimos cuenta de que cuando regresaban a los campamentos eran localizados y bombardeados. En los cuerpos de quienes habían salido a tratamiento encontramos esos aparatos” (El Espectador, 23-10-2016, página 10). De ser cierta la denuncia, estaríamos ante una nueva y flagrante violación del Derecho Internacional Humanitario, tipificada como perfidia. La verdad de esta guerra, que esperamos conocer pronto como condición para el perdón y la reconciliación, tendrá que esclarecer también este tipo de barbaries y establecer responsabilidades.
Y la reflexión final es de un comandante guerrillero que participó en las negociaciones de La Habana. Afirmó: “Nosotros hemos construido un Estado eficiente en las regiones y algo que no puede pasar es que después de tener todas las garantías en temas como la salud, ahora tengamos que acudir a una EPS corrupta y negligente. Eso no lo soportaríamos” (El Espectador, 23-10-2016, página 11).
Qué tal lo que venimos soportando los colombianos/as hace 23 años! Y qué tal lo que les espera también a los guerrilleros si no empezamos ya a construir juntos un nuevo sistema de salud.
Saúl Franco,
Médico social.
Bogotá, 16 de noviembre de 2016.