Sigue creciendo y matando la pobreza
En lugar de reducirse, la pobreza y la inequidad siguen creciendo en América Latina. Y no sólo crecen. Cada vez hay mayor certeza científica de que contribuyen a disminuir la esperanza de vida aún más que muchas enfermedades y hábitos nocivos.
Ambas afirmaciones no son gratuitas ni alarmistas. Surgen de observar la realidad y analizar estudios y estadísticas. Y acaban de ser ratificadas por dos informes de reconocida seriedad. El primero es el “Panorama Social de América Latina, 2015”, de la CEPAL. El segundo, un riguroso estudio elaborado por 31 investigadores europeos y norteamericanos, publicado en la revista The Lancet en enero pasado.
Después de observar durante 25 años el comportamiento económico y social de los países de la región, la CEPAL concluye que, tras un descenso casi sostenido de la pobreza y la indigencia hasta 2014, en el 2015 ambas volvieron a incrementarse. En ese año 29.2% de los habitantes de la región estaba en la pobreza y 12.4% en la indigencia. Y las inequidades empeoran el cuadro. Una de cada tres mujeres no tiene aún ingresos propios. Los ingresos de los hombres blancos o mestizos eran en 2013 cuatro veces mayores que los de las mujeres indígenas y dos veces superiores a los de las mujeres afrodescendientes. En el mismo año, el 80% de los jóvenes más ricos terminaron sus estudios secundarios, mientras sólo el 34% de los más pobres pudo lograrlo. Obviamente las cifras promedio de la región presentan variaciones entre países.
Por su parte el trabajo publicado en The Lancet demuestra que las malas condiciones socioeconómicas, como pobreza, desempleo y falta de oportunidades, reducen la esperanza de vida de las personas adultas más que enfermedades y hábitos – como la hipertensión, la obesidad y el consumo exagerado de alcohol – sobre los que se han centrado las campañas preventivas de instituciones como la Organización Mundial de la Salud -OMS-. El estudio, resalta además los graves efectos de la diabetes y del consumo de tabaco, y comprueba que la pobreza reduce la esperanza de vida casi lo mismo que el sedentarismo. Concluye, en consecuencia, que para prevenir las enfermedades y alargar la vida saludable, hay que reducir también las inequidades socioeconómicas. Y, con autoridad, lanza duras críticas a la OMS por no reconocer esto en su programa bandera para el año 2025, desconociendo en la práctica el Informe que la propia OMS impulsó a principios de este milenio sobre los determinantes sociales de la salud.
No son nuevas estas demostraciones. En las últimas cinco décadas, varios grupos de investigadores latinoamericanos, con datos y argumentos sólidos, han llamado la atención sobre las relaciones de determinación entre inequidades y pobreza, y enfermedad y muerte en la región. Y han demandado la acción del estado y la sociedad para efectuar los cambios económicos y socio-políticos requeridos.
Como simple ciudadano quedo perplejo cuando tanto la CEPAL como el Foro Económico Mundial -FEM- invierten la interpretación de estos fenómenos. Para ellos, las inequidades y la pobreza dejan de ser efectos adversos del actual ordenamiento económico y determinantes de enfermedad y muerte, para convertirse en riesgos para la economía. ”La exclusión social y las desigualdades son los principales riesgos para la economía mundial en 2017” fue el principal mensaje del FEM reunido el mes pasado en Davos, Suiza. Y ya antes la CEPAL, en el informe citado, había concluido que: “La desigualdad importa y conspira contra el desarrollo”.
Puede tratarse de otra novedosa posverdad. Pero es preciso desmentirla para no invertir el orden real de las cosas y terminar culpando a las víctimas. En concreto: la pobreza y la desigualdad son producto del modelo económico vigente, están aumentando en el mundo, y contribuyen cada vez más a enfermar y matar a los más pobres. Eso es lo realmente grave, no que ahora pretendan convertirlas en el principal riesgo para el sistema.
Saúl Franco,
Médico social.
Bogotá, 15 de febrero de 2017.